Un eterno ser objeto y amante.
Por Carlos Caballero de la Rosa
III
Sorpresa del vigoroso tránsito, de la purga divina, de este abanico instantáneo de realidad que significa pasar del encuentro al reencuentro y de este a aquél, lleva al asombro de cada alma en juego y a la búsqueda de convertir el instante acumulado en continuidad deseada.
Sorpresa en cada objeto deseado, en cada amante dispuesto, el asombro y la carga de realidad que se impregnan en huesos, corazones y entendimiento. Es la batalla cotidiana por el concepto, la lucha por sentirlo, la osadía por nombrar las cosas, el esfuerzo por vivir. Este elevar encuentros y reencuentros a una nota de placer que encamina, lleva de sorpresa en sorpresa, entre plazas y gente, soledades compartidas, ideas detenidas, donde uno y otro se miran con sorpresa.
Sorpresa que se contiene en un ambiente sin palabras, lleno de claridad repentina de lo que se ha deseado largo tiempo sin nombre. Sorpresa de mirar a través del puente de regreso. Sorpresa de una tregua entre anhelo y realidad que se conjugan. Uno vestido de quietud, otro portando esperanza, pero ambos le sonríen al abierto jardín que hace florecer flores de vida sin culpa.
Sorpresa del mundo aquietado, que ha comprendido que debía callar para que pudieran hablar las almas y exprimirse aquellos cuerpos. Alrededor, niños que juegan, ancianos que preparan soliloquios, mujeres que marchan y callan, la muchedumbre que se abre. Entre ellos dos un tiempo suspendido, liberado de temores y máscaras. La fascinante hora del silencio, ese paréntesis donde la precisión equivale a un universo echado sobre otro. La caricia eleva el aire.
Sorpresa de atrapar una razón, dar un sentido, ofrecer cosas a la palabra, dar el corazón alimento, educar al amor, enseñar que el olvido se transmuta en sorpresa.
Sorpresa que prepara la tristeza, con su traje gris y opaca voz, para que retroceda. La desesperanza, siempre dispuesta a gritar, vacía de argumentos. Los fracasos, por un momento, no fueron más que viejas sombras bajo un sol compasivo. Y el amor —ese amor callado, humilde, sin promesas ni pretensiones— se sentó como un huésped agradecido.
Sorpresa de sentir, relajar brazos, alejarlo todo, mantener la sorpresa en vilo. Sorpresa como la dulzura del momento que no exige eternidad. Eterna sorpresa de sorprenderse. Sorpresa de estar salvados ¡aunque solo fuera por el instante de luz que sorprende!
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