Opinión

Felicidad.

Por Ricardo Caballero de la Rosa.

La felicidad no es una isla perdida en el mapa de los deseos, ni un relámpago que quema las manos al tocarlo. Es agua que se desliza entre grietas de piedra, el murmullo que se repite sin prisa en las venas de la tierra.

Fluir es su principio. Como el alfarero que olvida el tiempo mientras la arcilla gira entre sus dedos, como el niño que dibuja nubes en un cuaderno sin preguntarse si el cielo las aprobará, es felicidad lo que ocurre cuando dejamos de perseguirla y nos volvemos el cauce que la contiene. No hay brújula ni fórmula, solo el latido que se sincroniza con el gesto de existir: cortar pan fresco al amanecer, seguir el vuelo de una libélula, bailar con ojos cerrados aunque nadie mire.


La soledad, esa habitación que a veces huele a ceniza, no es el enemigo. Es el silencio necesario para escuchar el rumor de la savia subiendo por el tronco. Colmarla no significa llenarla de voces ajenas o de ruidos prestados, sino de presencias íntimas: el té que se enfría en la taza mientras leemos un verso antiguo, la sombra que proyectamos en la pared al mediodía y que, por fin, reconocemos como compañera. La felicidad habita en la reconciliación con nuestros vacíos, en aprender a sentarnos en la mesa con nuestros fantasmas y ofrecerles pan. No hay soledad que resista cuando entendemos que somos bosques enteros, ecosistemas completos bajo la piel. Basta un instante de atención plena —el crujido de la nieve bajo las botas, el suspiro de un libro al cerrarse— para que el universo entero se vuelva cómplice de nuestra plenitud.


Las respuestas anidan en las entrañas, en ese pozo oscuro donde la razón se quita los zapatos y camina descalza. Buscar afuera es perderse en laberintos de espejos; adentro, en cambio, hay un faro que solo se enciende cuando dejamos de temerle a la oscuridad. La felicidad es hacerse preguntas sin exigir respuestas inmediatas, es permitir que la duda florezca como una orquídea en la grieta de un muro.

¿Quién dijo que debemos tenerlo todo resuelto? A veces, la claridad es un río quieto que refleja mentiras; la incertidumbre, en cambio, es semilla. Cultivar el jardín interior no es podar hasta dejar solo lo perfecto, sino regar hasta que las hierbas salvajes se vuelvan sagradas.


La felicidad es un acto de fe en el presente y un puente con el instante que fluye, con la soledad que abraza, con las preguntas que nos tejen desde adentro. No es meta ni principio, sino el aire que respiramos cuando dejamos de ahogarnos en su búsqueda.

Mi correo es ricardocaballerodelarosa@gmail.com

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