Escucha.
Por Ricardo Caballero de la Rosa
Había visto esos signos tantas veces cobijado por las noches. Los sabía de memoria: mares imaginarios de sombras necias, flores distantes, elefantes marinos, algas vibrantes, nubes despreocupadas. Pero no sabía leerlos. Atento estuve a la escucha.
Luego de verla cálida en el firmamento sin hablar le daba la espalda. Ella seguía su diálogo de simbolismos sordos. No obstante, algo debía decir, un nombre, la soledad de su alma, su falta de sol, los deseos de convertirse en estrella, el frío noctámbulo, el amor acumulado, las escenas eróticas.
Tras muchas noches de espera jamás la escuché y me angustiaba. Traducir lo que los oídos no podían percibir era locura. Pero esa noche la escuché decir: “si me pones el pecho soy golondrina y mis alas serán párpados del porvenir”.
Ella seguía mirando la tierra desde lejos. Oírla había sido la hilarante destreza de estar suspendido. Los destellos enredaban los brazos, las energías complicaban las piernas, la grandiosidad cegaba la mente y seguía a la escucha de sus posiciones, el encabalgamiento de horizontes, la suma de espejos, la propuesta de espíritu.
La bautizaban con varios nombres, pero algunos la llamábamos voz silenciosa. Creía que podía sonreír, pero cantaba, hablaba, decía nombres, inventaba su acero, llenaba su voz con el silencio de las palabras que salen del alma.
Fue al darle la espalda nuevamente que escuché con su voz tenue sus amartillados pasos y al voltear era mi sol que musitaba quedo a su oído: “soy la golondrina de tus horizontes”.
Mi correo es ricardocaballerodelarosa@gmail.com