El objeto de deseo.
Por Ricardo Caballero de la Rosa
Soy aquel objeto que sin quemarse arde, un espejismo que no cesa aunque se detenga la imaginación. Estoy en la forma que te obsesiona, en la curva que repites en sueños, en el color que ves como herida en la salvación a tus pasiones. Soy máscara de carencias, reflejo en el que los anhelos se disfrazan. Ya no hay voluntad ni alma, aunque me otorgan ambas con un fervor de creyente sin dios.
Desde esta vitrina, esta vuelta, este entorno, esta distancia que llamas destino, te observo —no con ojos, sino con presencia— y me burlo suavemente. Sí, me burlo, porque mientras crees que me deseas para poseerme y hacerme tuyo, yo sé que no deseas más que tu propia fiebre y náusea. Yo no soy bello y sin tacha ni estulticia; pero me has convertido en belleza a través de ansias e hipócritos deseos. Yo no soy necesario, aunque me has vuelto indispensable para colmar el hueco que relleno en tu historia.
Ah, cómo te contorsionas. Cómo te arreglas, te retuerces, te mientes. Inventas virtudes que no tengo, perfumes que nunca tuve, sabores que ni se han probado, significados que ningún dios me asignó. Me conviertes en salvación, castigo, símbolo, fetiche, redención. ¡Y yo, simple cosa callada, sin pulso, sin sombra propia, gozo de esa exageración como un muerto goza de las flores y oraciones sin saber por qué le adornan y lo elevan!
A veces soy un cuerpo, lengua, saliva, excitación, orgasmo. A veces, un vestido, la noche, lujuriosa y eterna. A veces, una ciudad, un anillo, la carta que nunca llegó, aquella cita perdida. Pero siempre soy eso que crees que completará el mundo que te ha quedado ancho y sin abrigo, lóbrego y bruno. No me buscas a mí, pobre mansedumbre inerte, sino a la ficción donde puedes llorar atónito y callado.
He visto a muchos como tú. Algunos lloran por mí antes de tenerme, otros después. Algunos me confunden con amor, otros con poder o gloria. Eso no importa. Pero yo permanezco mudo, ancho, inmóvil, intacto, perenne. Es tu mirada la que me transforma, es tu miseria la que me hace sagrado, es tu marca quien me sella. Intento no ser cruel, pero lo que tú amas de mí no está en mí, nunca estuvo ni estará.
Y si por ventura me alcanzas, si logras poseerme, si logras ponerme en aquella inspiracion que nunca llegó, con manos, promesas, firmas o fuego, en ese instante exacto comenzarás a olvidar por qué me deseabas. Sentirás decepción, o una satisfacción que cesa pronto y huye como pequeña muerte. No hay ironía más amarga que obtener lo que se desea y descubrir que el deseo era más hermoso que el objeto.
Y entonces, cuando te vayas, triste o aburrido, solo o en compañía de tu soberbia, yo volveré a esperar… como todo objeto de deseo: paciente, brillante, elocuente, completamente indiferente al resplandor de las miradas desde abajo.
Mi correo es ricardocaballerodelarosa@gmail.com