Opinión

Algunas consideraciones sobre la personalidad de Sócrates

Por Juvenal Cruz Vega. Director de la Academia de Lenguas Clásicas Fray Alonso de la Veracruz.

El humanismo clásico tiene contenido, raíz, tradición, trascendencia y perspectiva. Reúne la sophía, la sapientia y la ciencia. Es filantropía, erudición y virtud. Sócrates es un testimonio vivo y siempre actual.

En esta disertación expondré brevemente lo más granado de la personalidad de Sócrates. Son unas notas célebres sobre Sócrates en tiempos de Pericles. Pues, a decir verdad, esta historia sucedió en la época de oro de Atenas.

Así, pues, el siglo V antes de Cristo es considerado el siglo de Pericles. Es la época de oro de Atenas y es el apogeo de la democracia. En Atenas se habló griego ático, el más hermoso de los dialectos griegos, en él escribieron Platón, Demóstenes, Aristóteles, Jenofonte, Tucídedes, Heródoto, Isócrates, Hipócrates, Eurípides, Aristófanes, Diógenes el Cínico y muchos otros.

El final de la vida de Sócrates se dio en el momento de la restauración de la democracia en el 400 o 399 antes de Cristo. Sócrates fue acusado de no creer en los dioses de la ciudad, que eran los dioses olímpicos. También de corromper a los jóvenes. Como Sócrates era un hombre crítico por su pensamiento, al mismo tiempo criticaba los asuntos públicos de Atenas, y por eso fue arrestado por orden de la asamblea ateniense. Como pensador se coloca contra el estado ateniense, pues piensa que “pensar por sí mismo es la mejor vivez”, pues “no vale la pena que un ser humano viva sin cuestionarlo todo”.

El tribunal de la Heliea lo condenó, se reunieron 500 jueces, 280 votaron contra él y 220 a su favor. Los jueces no eran hombres preparados, eran hombres del pueblo ateniense tomados al azar. El juicio de Sócrates se celebró en el mercado central de Atenas bajo la asamblea de un toldo que los protegía del sol feroz de Grecia. Y cuando se le pidió que propusiera la pena, como era legal, según Platón, ser alimentado por cuenta del Estado en el Pritaneo, el edificio del Gobierno, irritado el tribunal le condenó a muerte. Del juzgado fue llevado a la prisión. Sus discípulos lo acompañaron hasta el último día de su muerte en la cárcel.  En el “Fedón” 117 Platón escribe que allí discuten el tema de la inmortalidad del alma.

Sócrates fue ejecutado a la manera tradicional, bebiendo la cicuta, soportando una muerte dolorosa por este envenenamiento, el cual lo fue durmiendo poco a poco hasta que murió. En los diálogos de Platón “El Protágoras”, “El Banquete” y “El Gorgias” se ve la muerte de Sócrates como una injusticia. Allí aparece como el héroe, el mártir, es el héroe del pensamiento por su libertad de pensar, por morir en la justicia antes que cometer una injusticia. Es el mártir por una idea, la independencia de la conciencia moral del individuo. Pues los antiguos héroes morían por la gloria como suele verse en la “Ilíada” cuando se presenta la gloria, si fuera posible huyen de la muerte, por ejemplo, la muerte de Aquiles. “Ilíada” IX 412.

A diferencia de aquellos que preferían la gloria antes que la muerte, por eso huían, Sócrates prefirió la muerte. Los jueces que votaron contra él lo ayudaban a escapar, pero Sócrates prefería morir, y eso irritaba a sus adversarios, ya que huir era como traicionar su vida y su pensamiento. Eso lo sostiene Platón en su “Apología” 29.

En la “Antígona” 442 Sófocles dice que Sócrates prefiere morir, antes que por un decreto del tirano, desatender una obligación religiosa y familiar, la de enterrar a su hermano.

Sócrates no sigue a los dioses olímpicos, pero sí al Dios de Delfos o el Daimónion, su dios particular, es una especie del maestro interior como el que nos refiere san Agustín en su “De magistro”; en Sócrates el Daimónion es un Dios, y en san Agustín el maestro interior es Jesucristo. Daimónion en griego significa: bueno, verdadero y feliz. Un dios que lo movía desde adentro a preguntarse por las virtudes a través de su método: la mayéutica y la ironía. Y eso molestaba a sus oponentes.

La mayoría de los jueces que votaron contra él, utilizaron el método “ad hominem” para condenarlo. Es decir, investigaron su origen, y como venía del pueblo, no podía ser él, el gran pensador que se esperaba, pues era hijo de un artesano y de una partera. Sócrates cuestionaba todos los oficios, incluso a los grandes escritores, sin ser él mismo un escritor. Además, los escritores, eran casi todos de la clase media, a veces alta, rara vez eran aristócratas, ninguno de la clase popular. Sócrates dialogaba con todos los oficios, con todas las personas, su lenguaje era popular, adornado de fábulas, mitos, comparaciones, anécdotas, rasgos irónicos. Sócrates fue un buen ciudadano, lo demostró en su muerte. Al tirano no le gustaba que Sócrates fuera buen ser humano, era ajeno a la política, pero prefería el hombre de la ciudad a los árboles del campo. Allí en la ciudad trató a todos los representantes de los géneros: a Perícles, a Aspasia, la nueva mujer de Perícles, a Anaxágoras el filósofo, al escultor Fidias y al sofista Protágoras. Su pensamiento fue una reacción contra todos ellos: trágicos, políticos, rétores, físicos y sofistas racionalistas y relativistas.

Sócrates se encuentra en un contexto de pensadores en triple dimensión: “la gente que sabe que sabe”, la gente que sabe que no sabe” y “la gente que no sabe que no sabe”. Él mismo se consideraba que no sabía y con su método cuestionaba fuerte a los que se consideraban sabedores de todo: “Yo sólo sé que no sé nada”. Pero buscaba, y esas ideas, lo volvieron la conciencia de Atenas, y a la vez se hacía de enemigos por pensar. Sócrates representaba la oposición, un hombre del pueblo que convivía con todos, pero que criticaba a todos y a todo, vivía una vida extraña, individualista, alejada del modelo ateniense. Por lo tanto, a los ojos de la mayoría era culpable, porque era un hombre crítico.

Lo valioso de Sócrates está en su ejemplo moral y vale para todos los modelos de valores y de virtudes, culminó en su muerte. Su influjo moralizante en toda la sociedad y la política lo hicieron perdurable y trascendente. Con su muerte se puede llegar a dos puntos coincidentes: La del ejemplo de su muerte y la de los intentos de moralización de la política. Pues en su vida y en su muerte se convierte por completo en un nuevo héroe griego, en una persona con convicciones que sólo seguirá los dictados de su conciencia intelectual. Esto es un nuevo concepto de lo que es el ser humano y de cómo debe ser un ser humano.

Historia est testis vivus de hominibus mortuis. (La historia es la obra viva de los hombres muertos).

Todos los estudiosos de Sócrates han hecho un paralelo con Jesucristo. La muerte de ambos fue una injusticia, un asesinato, un crimen; uno en la cruz y otro bebiendo la cicuta; ambos tuvieron como compañeros hasta el final a sus discípulos más cercanos. Ambos no murieron por la gloria, la fama y el honor, sino por el bien de sus principios, por amor a la verdad. Con distintos métodos: “el hombre debe cuestionar al hombre que lo rodea”. Sócrates con su muerte transformó la vida moral de Atenas, y Cristo la del mundo. También si ambos se hubieran retractado de sus enseñanzas se hubieran salvado de la muerte dolorosa, pero esa sería otra historia, una historia hipotética y subjetiva, quizá la historia que no le tocaría narrar a la historia.

Después de la muerte de Sócrates, también vinieron acontecimientos de sumo interés, los cuales todavía siguen dejando vestigios en la vida actual. Como ya lo insistimos arriba, hay un ejemplo digno de mención: sus escuelas. Pues Grecia Antigua logró hacer los dos paradigmas del conocimiento, la tesis (Academia), la antítesis (Liceo) y más tarde con el helenismo y con la obra de Alejandro Magno, viene la síntesis, lo cual reúne lo mejor de cada una de las escuelas, el museo, cuyo símbolo es lo más alto del pensamiento alejandrino.

En síntesis, la Grecia de Sócrates es la que me mueve a continuar el horizonte del humanismo. Grecia es la madre de la civilización occidental, Roma es su continuadora. Más tarde lo dirán los romanos cultos, al desarrollar su propia cultura y al ponerla a la altura de la misma Grecia. En la época del emperador Octavio César Augusto, pasado el siglo decisivo de profundas conmociones sociales y políticas, un poeta latino, Horacio, dirá refiriéndose a la conquista romana: “Graecia capta ferum victorem cepit et artes intulit agresti latio”. (Horacio, Epístolas, 2, 1, 156 ss. “Mientras Grecia era tomada, ella conquistó a su rudo conquistador e hizo penetrar las artes en el Lacio salvaje”).

Deja una respuesta