Opinión

Humanismo y humanismos. Algunas consideraciones sobre nuestro tiempo

Por Juvenal Cruz Vega. Director de la Academia de Lenguas Clásicas Fray Alonso de la Veracruz

La pregunta de Amasis

Κελεύει ὁ Ἄμασις τὸν τῶν Αἰθιόπων βασιλέα λέγειν τὸ πρεσβύτατον καὶ  τὸ κάλλιστον  καὶ  τὸ μέγιστον  καὶ  τὸ σοφώτατον  καὶ  τὸ κοινότατον  καὶ  τὸ ὠφελιμώτατον  καὶ  τὸ βλαβερώτατον  καὶ  τὸ ἰσχυρότατον  καὶ  τὸ ῥᾷστον. Ὁ δὲ Αἰθιόπων βασιλεὺς ἀποκρίνει· Πρεσβύτατος χρόνος,  μέγιστος κόσμος, σοφωτάτη ἀλήθεια, κάλλιστον φῶς, κοινότατος  θάνατος, ὠφελιμώτατος θεός, βλαβερώτατος ὁ τοῦ κακοῦ δαίμων, ἰσχυροτάτη τύχη, ῥᾷστη ἡδονή.

Amasis, el rey de Egipto exhorta al rey de los etíopes que diga: qué es lo más viejo, lo más hermoso, lo más grande, lo más sabio, lo más común, lo más valioso, lo más dañino, lo más fuerte y lo más fácil. A lo cual respondió el rey de lo etíopes: Lo más viejo es tiempo, lo más hermoso es la luz, lo más grande es el universo, lo más sabio es la verdad, lo más común es la muerte, lo más valioso es Dios, lo más horrible es el mal, lo más fuerte es el dinero y lo más fácil es el placer.

Advertencia.

En este artículo haré una exposición sobre el humanismo en relación a algunas vertientes que se autodenominan humanistas, destacando la crisis de nuestro tiempo, pues ésta, no es otra cosa, sino la crisis del hombre. Tres aspectos debo insistir en el desarrollo de la investigación: meditación sobre nuestro tiempo, humanismo sin Dios y humanismo del hombre, y Reflexión sobre el hombre: notas para una recuperación del humanismo. Por supuesto que sigo en mis reflexiones la idea de una filosofía del hombre o de una filosofía interiorista. Por eso no me cansaré de insistir en la sentencia agustiniana de buscar la verdad en el interior del hombre, como sigue: “Noli foras ire, in te ipsum redi, in interiore homine habitat veritas. (No vayas afuera, regresa hacia ti mismo, porque en el interior del hombre habita la verdad. S. Aug. De vera religione. Cap. 39, n. 72).

Espero que los lectores disfruten esta lectura, y sobre todo, sus observaciones sean consecuencia de otros artículos venideros.

1). Meditación sobre nuestro tiempo

En la actualidad vivimos un tiempo de incertidumbre, de soledad, de desolación, de centralismo, de autoritarismo y, principalmente, un tiempo de angustia infinita acerca de Dios. Pareciera que los valores verdaderos han quedado sepultados por otros, o tal vez por nada. ¿Acaso nos ha tocado vivir la época del nihilismo? El pragmatismo, el consumismo y el relativismo son muestras del panorama mundial que nos acontece. A este fenómeno lo han llamado varios pensadores contemporáneos crisis universal y, con más discusión y polisemia en el ámbito universitario, postmodernidad o tardomodernidad

El problema de la existencia humana, con todo su entorno y características, se encuentra acosado por este grave problema. No andaba lejos el filósofo europeo A. Herici al decir: “Oggi… sembra che si viva in un periodo decisamente post-metafisico, ove non solo le metafisiche tradizionali fanno figura di pezzi da museo, ma tutti i sentieri del pensiero conducono in direzioni chiaramente ametafisiche, per no dire antimetafisiche”. (Hoy parece que se viva en un periodo decididamente postmetafísico, donde no sólo las metafísicas tradicionales parecen piezas de museos, sino que todos los senderos del pensamiento, llevan a direcciones claramente ametafísicas, por no decir antimetafísicas. Citado Por José Rubén Sanabria, “¿Metafísica todavía?” en Revista de Filosofía, Año XXI, núm. 63, UIA, México, 1998, p. 334).

En verdad, casi todos los senderos del saber actualmente se juzgan no desde la metafísica, sino desde otros criterios insuficientes. Hay más retórica que reflexión, más recetas pragmáticas que una verdadera teoría o especulación. Hace dieciséis siglos el genio Agustín de Hipona, hablando de los tiempos, escribió como si fuera de nuestro siglo: “Mala tempora, laboriosa tempora dicunt hoc homines, nos sumus tempora, quales sumus, talia sunt tempora”. (Malos tiempos, tiempos difíciles. Dicen estas cosas los hombres, nosotros somos los tiempos, como somos nosotros, así son los tiempos. Citado por José Rubén Sanabria, “Ética y postmodernidad”, en Revista de Filosofía, Año XXVI, núm. 80, UIA, México, 1994, p. 96).

El hombre es el ente que tiene historicidad y temporalidad. El tiempo es una realidad y una característica ontológica suya. En este nuevo milenio vivimos un tiempo difícil, de crisis, “donde el hombre contemporáneo desacraliza el mundo especialmente valiéndose de la técnica. Al hombre de nuestros días no le interesa la verdad, le interesa el placer; y para eso le estorban Dios y la Religión”. (Sanabria José Rubén, Filosofía del Absoluto: afirmación y rechazo de Dios en diversas corrientes filosóficas. Ed. Progreso, México 1966p. 13). El hombre contemporáneo está pasando por una crisis profunda, “y busca con inquietud desesperante, a través de una parábola dolorosa, el horizonte del infinito hoy más que nunca el hombre es paradójicamente un gran enigma”. (Sanabria José Rubén, “¿Existencialismo en San Agustín?”, en Ábside, Revista Mexicana de Cultura, Año XVI, núm. 3, México 1952, p.292).

La soledad, una dimensión ontológica de la persona hoy es más desconcertante y dolorosa. Jean Paul Sartre, escribe José Rubén Sanabria, “pretende describir la situación del hombre actual. Nadie comprende a nadie. Cada uno vive y se debate en el abandono y está separado de los demás por un abismo infranqueable. Cada uno se encuentra encarcelado en su propia situación y en sus propios problemas sin esperanza de salvación”. (Sanabria José Rubén, “Meditación en torno a la soledad”, en Humanitas, núm. 13, Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey, México, 1972, p. 116). 

Hoy el hombre está solo, y su soledad no es generalmente positiva, esto es, no se aparta para meditar, para reflexionar, para buscar en la interioridad la verdad, el maestro interior; o bien para diseñar su propia vida y luego volver a los otros y compartir los frutos de su soledad. En verdad, el hombre está más solo que nunca, porque no le encuentra sentido a la vida, está muerto antes de morir realmente. Tuvo razón el poeta alemán Hermann Hesse al escribir: “Extraño camino por la niebla, la vida es soledad, nadie conoce a otro, todos están solos”. (Citado por José Rubén Sanabria, Idem).

Y viviendo en compañía, el hombre siente una misteriosa soledad, porque está sólo en el mundo, al menos así piensan algunos. “El hombre está sólo, desconsoladoramente sólo en medio de un mundo de maravillas, porque la soledad más triste es la soledad en medio de los demás. Y ante el naufragio de los ideales y ante la pérdida del horizonte de las categorías trascendentales, el hombre siente que el ser se le desgarra por la angustia y que la inquietud cabalga en el dorso frágil de sus horas sin que sus ansias lleguen a adivinar el ser. Y esa angustia vital lo vuelve triste. Y aunque él se afane por reír, su risa está vacía de significación auténtica, su risa es fingida porque es el velo de la angustia: reímos no para llorar”. (Sanabria José Rubén, “¿Existencialismo en San Agustín?” Opu. Cit  p. 293). Por eso “el hombre contemporáneo vive en una inmensa soledad porque se ha extraviado y no encuentra el camino del ser. Esta es la historia del hombre de nuestros días porque es la historia de la crisis del hombre). (Idem).

En esta época temprana del siglo XXI vivimos una situación de decadencia que es innegable, “el desarrollo de las ciencias y de la técnica es verdaderamente extraordinario. Pero al mismo tiempo y cada vez más rápidamente asistimos a un grave empobrecimiento de los valores morales y espirituales del hombre”. (Sanabria José Rubén, “El hombre contemporáneo frente a la temporalidad y a la muerte, en Revista de Filosofía, Año XII, núm. 34, UIA, México, 1979, p. 109).

 Por eso al hablar de crisis del humanismo se entiende el desorden, extremo de los valores que vive el hombre en la actualidad. Es lo que José Rubén Sanabria dice al respecto: “estamos viviendo una grave crisis, por no decir una bancarrota total de todos los valores, crisis cuya consumación no podemos vislumbrar ni predecir”. (Ibidem, p. 110).  

“Nunca como ahora, la historia había vivido con tanto dramatismo una crisis tan profunda de los valores morales. Mitos, ideología, tradiciones y certezas fundadas en ellas, se han derrumbado con estrépito. Consecuencia de ello es la evasión, la duda, la desesperanza, la rebelión, el cinismo. Y por lo mismo la alienación, la banalidad en las canciones, en el cine, en la literatura”. (Sanabria José Rubén, “Decadencia de la ética, en Comunidad, Vol. V, núm. 24, UIA, México, 1970, p. 155).

Casi en todos los medios escuchamos este tipo de pensamientos, aunque expresados con frases como estas: “las cosas ya no son como antes; los jovenes se ha vuelto muy rebeldes, no saben escuchar a los grandes, no valoran a sus padres, no buscan a sus verdaderos amigos”. En las instituciones educativas los maestros y padres de familia con frecuencia se lamentan porque muchos de los alumnos leen demasiado y aprenden poco. Por eso ya no requieren de la orientación y la guía del maestro. Aquí valdría recordar las palabras sabias del gran humanista mexicano Ángel María Garibay Kintana: Los que leen gozan, pero los que estudian aprenden”: ¿Cuál es nuestra actitud? Con todo esto, fácilmente nos podemos dar cuenta, que vivimos en una época, donde la mayoría busca lo fácil, lo agradable–el hedonismo-lo romántico, lo sensible, las cosas que agradan al oído, a la vista, al cuerpo y no al espíritu. La reflexión sobre los valores, ya no parte de un humanismo integral, donde se medite con profundidad sobre el hombre, sobre la persona, “sino sobre historias de amor, novelas, teatro y cine”. (Valdría la pena estudiar dos artículos sobre la vocación, uno de José Rubén Sanabria y otro del filósofo argentino Dr. Alberto Caturelli.(“El trabajo y la vida filosófica”, en Introducción a la filosofía, José Rubén Sanabria, México, Porrúa, 14ª edición, 2000, pp. 281-295; “Meditación sobre la vocación”, por Alberto Caturelli, en Revista de Filosofía, Año I, núm. 2, UIA, México, 1968, pp. 69-74).

2). Humanismo sin Dios y humanismo del hombre

En lo anterior se ha visto cómo la crisis del humanismo ha penetrado cada vez más en la conducta del hombre. El humanismo a través de la historia se ha entendido con diversos significados, pero al fin y al cabo ha puesto su rostro en el estudio del hombre en todos los niveles. Algunos humanismos reflexionan más que otros, cada una de sus modalidades tiene su Weltanschauung. Así se ha mostrado desde los clásicos grecolatinos hasta el pensamiento contemporáneo. Hoy el estudio del hombre se refiere más a la técnica, al avance de las ciencias, al estudio del hombre desde el punto de vista del hombre y con referencia al hombre. En las universidades y en las dependencias de educación pública se habla de humanismo, ya no tanto del humanismo marxista, del humanismo cristiano, del existencialista, estructuralista y fenomenológico, sino del humanismo pragmatista y nominalista.

Con frecuencia se habla del hombre, pero se excluye a Dios, a la teología y a la religión. Se propone un pluralismo cultural, siempre y cuando sea el hombre secularizado y no el hombre religioso; como si la creencia en un ser extranatural disminuyera la dignidad humana o, nuestros argumentos al respecto perdieran validez. Así lo vemos, por ejemplo, cuando llega un sacerdote a la universidad: su obra cultural, se le califica no por ella misma, sino por estar escrita por un sacerdote. Cuando se habla de feminismo tan de moda en las universidades de este tiempo, se exalta a la mujer, sus virtudes, sus valores y se pone en pugna con el hombre. Se estudia a la mujer siempre y cuando sea la mujer secularizada y no la que ha reflexionado desde la vertiente humanista. En los congresos de feminismo, filosofía y género, como suele llamarse, pocas veces resplandece la presencia de mujeres con temas más universales.

¿Humanismo todavía? Preguntarán muchos. Su respuesta es desconcertante: ¿Para qué latín, griego, cultura grecorromana, filosofía medieval, ética, teología, religión, hermenéutica, antropología, etcétera?  Estas y muchas otras sentencias se escuchan con frecuencia, sobre todo, en personas que sólo buscan lo negativo del hombre. Se ve claramente por estas expresiones que los humanismos anteriores han quedado sepultados por otros que pretenden llegar a ser un verdadero humanismo. Un humanismo sin Dios, sin una auténtica reflexión metafísica del hombre. Con razón, José Rubén Sanabria al hablar de la teología de la muerte de Dios escribe: “la frase, Dios ha muerto significa que ya no tiene importancia para la humanidad. Y casi nadie se asombra de ello, y esto es lo grave. Antes, la imagen del mundo era religiosa; ahora es antropológica. Antes el hombre se justificaba ética y religiosamente ante Dios; ahora dejando a un lado la religión conserva la ética-una ética inmanente- según la cual cada hombre es su propio juez: el hombre se justifica ante sí mismo. En esta actitud Dios está de más, es la hora del nihilismo nietzsceano”. (Sanabria José Rubén, Filosofía del Absoluto. Opu. Cit.  p.14).

Así, pues, en la época actual se ha notado más la crisis del humanismo, porque hace falta una visión amplia sobre el hombre. En este sentido se actualizan las palabras que proclamó Max Scheler hace más de medio siglo: “Somos la primera época en que el hombre se ha hecho problemático de manera completa y sin resquicio, ya que además de no saber lo que es, sabe también que no sabe”. (Citado por José Rubén Sanabria, “¿Existencialismo en San Agustín?”. Opu. Cit.  p.293).

 En esa misma línea escribe José Rubén Sanabria: “Hoy más que nunca el hombre es el centro de la historia, de la especulación filosófica y del análisis. Y sin embargo, paradójicamente, cada vez se sabe menos qué es el hombre. Vivimos en una cultura secularizada, en un mundo totalmente profano”. (Sanabria José Rubén, “El hombre en nuestra cultura secularizada”, en Comunidad, Vol. IV, núm. 17, UIA, México, 1969, p. 13). Así, pues, Se trata en parte del hombre máquina, de la computadora, de la electrónica; un hombre cada día menos humano. La relación personalizada se aleja en mayor medida del hombre; así se ha visto en muchas instituciones. Por eso el hombre de la cultura secularizada “es hijo de una sociedad industrial, técnica y electrónica. Ocupa todo su tiempo en tratar de resolver los problemas de este mundo, de suerte que no tiene ya por qué pensar en los problemas de otra vida que tal vez ni existan”. (Idem).

Con todo, sabemos que nos absorbe el mundo de lo general, porque se busca no tanto los valores y la verdad. Se busca la negligencia, lo relativo, la multiculturalidad hipostasiada en todos los aspectos del saber. Tenía razón San Agustín cuando decía mala tempora, laboriosa tempora y que traduzco “pésimos tiempos, tiempos turbulentos”. Tiempos de crisis, “de tanto repetirlo ya resulta lugar común, ideas, valores, modelos de conductas, que por mucho tiempo dirigían el pensamiento y las acciones del mundo han quedado superados, se exigen ideas nuevas, valores nuevos, modelos diferentes”. (Sanabria José Rubén, “Emmanuel Mounier y el Personalismo social y comunitario”, en Cuestión Social, Año I, núm.1, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, México, 1995, p. 75). En la historia de la cultura siempre ha habido crisis, pero no se había mostrado una crisis de los valores tan general y tan profunda como la que estamos viviendo. El nihilismo nietzsceano está cada vez más difundido, “no hay saberes, no hay creencias, no hay razones para vivir o para morir. Es obvio que no todo está perdido. Sin embargo, la actitud dominante es el nihilismo nietzsceano”. (Sanabria José Rubén, “Actualidad del pensamiento de Sciacca”, en Actas del Congreso Internacional sobre la Filosofía de Michele Federico Sciacca e la Filosofia oggi, Leo Olschki editore, Roma, 1995, p.559). “Esta crisis ha llegado casi a su plenitud. Qué otra cosa es la postmodernidad sino la crisis total de todos los valores. (Idem).

El humanismo en todo su esplendor está en crisis, así lo asegura G. Vattimo, y lo está porque Dios está muerto, es decir, que la verdadera sustancia de la crisis del humanismo es la muerte de Dios, no por casualidad anunciada por Nietszche, quien es también el primer pensador radical no humanista en nuestra época”. (Vattimo G, El fin de la modernidad, traducción de A. L. Bixio, México,  Gedisa Mexicana, 1968, p. 32). Evidentemente Nietszche es el profeta del nihilismo, y es uno de los precursores más grandes de la teología de la muerte de Dios. Sin embargo, Nietzsche dice: “Yo no he concebido el proyecto de matar a Dios, lo encontré muerto en el alma de mi época. (Sanabria José Rubén, Filosofía del Absoluto. Opu. Cit. p. 13). Si Federico Nietzsche pretendió matar a Dios, no demostrando su inexistencia sino negándola, a fin de acabar con la ética tradicional y con los valores humanos; Michel Foucault proclamó el proyecto de matar al hombre. No se trata de la guerra del hombre contra el hombre como lo señaló Plauto. (Lupus est homo homini, Plauto, Asin. 495); sino del hombre que posee un nuevo saber, esto es, el saber positivo, el único verdaderamente científico, sin pretender buscar la verdad de este saber. Michel Foucault habla del fin del hombre, de la muerte del hombre, ¿no se tratará de la muerte del hombre que se autodestruye con sus propias contradicciones? Es decir, del hombre que piensa una cosa, dice otra y hace otra, pues la verdadera muerte del hombre es la contradicción de la inteligencia. Michel Foucautl al hablar de la muerte del hombre escribe: “En nuestros días …lo que se afirma no es tanto la ausencia o la muerte de Dios, sino el fin del hombre. Se descubre entonces que la muerte de Dios y el último hombre han partido unidos: ¿acaso no es el último hombre el que anuncia que ha matado a Dios, colocando así su lenguaje, su pensamiento, su risa en el espacio del Dios muerto ya, pero dándose también como aquél que ha matado a Dios y cuya existencia implica la libertad y la decisión de este asesinato? Así el último hombre es cada vez más viejo y más joven que la muerte de Dios, dado que ha matado a Dios, es él mismo quien debe responder de su propia finitud. Pero dado que habla, piensa y existe en la muerte de Dios, su asesino está abocado él mismo a morir; dioses nuevos, los mismos, hinchan ya el Océano futuro; el hombre va a desaparecer”. (Foucault Michel, Las palabras y las cosas, versión castellana de Elsa Cecilia Frost, México, Trigésima edición, Siglo XXI, 2001, p. 373).

Si reflexionamos hondamente estas tesis puede apreciarse que la crisis del humanismo está ya en la puerta. No es fácil hablar de la vocación humana cuando es casi normal la pérdida de sentido; por eso es necesario aprender a vivir en un nuevo milenio, esto es, construyendo con el testimonio y transmitiendo los valores humanos desde el principio, a fin de recuperar la trascendencia. En esta tarea estamos comprometidos todos los seres humanos respondiendo a la vocación especial que cada uno ha recibido.

3). Reflexión sobre el hombre: notas para una recuperación del humanismo.

En su Metafísica Aristóteles hace saber el apetito natural que el hombre tiene por la Sabiduría-Eidénai y la importancia que tienen los sentidos-Aísthesis- en la búsqueda del conocimiento. (Aristóteles, Metafísica; Libro I, 980 a. Todos los hombres pretenden saber por naturaleza, por esta razón el amor a los sentidos es la prueba; y en efecto, independientemente de su utilidad, son amados a causa de sí mismos, pero el que tiene mayor importancia que los otros, de uno en uno, es el sentido de la vista. (traducción mía).

 Como ser humano esto es parte de la historia del hombre, el cual es un ente siempre insatisfecho, porque se pregunta profundamente por sí mismo, pues tiene la capacidad de autorreflexión. Se pregunta porque quiere saber más y más acerca de su propia esencia, de su propio modo de realizar su tarea especial del ser.

El hombre es un ente insatisfecho, “por la sencilla razón de que las verdades que conoce no son la Verdad, los bienes que alcanza no son el Bien, las bellezas que disfruta no son la Belleza. El hombre no tiene plenitud, por eso tiende a ella; el hombre no es infinito, por eso tiende al infinito. (Sanabria José Rubén, Filosofía del absoluto. Opu. Cit.  p. 64). El hombre que se pregunta por su propio ser, sabe que pugna por llegar a su plenitud, sabe que el mundo es limitado, pero no cerrado; sabe que su conocimiento es limitado, pero abierto, porque sabe también que siempre va más allá, porque tiene autotrascendencia. En efecto, “vamos más allá, porque investigamos, porque preguntamos, estudiamos, hacemos nuevas experiencias, siempre tenemos sed de más. (Sanabria José Rubén, Filosofía del hombre. Opu. Cit. p. 210).

El hombre tiene la capacidad de reflexión, de libertad, de comunicación y como consecuencia de estas tres, tiene autotrascendencia.  Ciertamente el hombre como persona es “es autotrascendencia, se posee y se realiza más en la medida en la que sale de sí y se da a los demás. Se sabe ser–en sí, para sí–pero simultáneamente, se sabe ser-con; se sabe ordenar al otro y en él se recobra un poco hegelianamente, la persona, por la inteligencia y su plenitud, se auto enajena para recobrarse, para plenificarse. (Sanabria José Rubén, “Hacia una ontología de la persona”. Opu.Cit.  p. 321).

La trascendencia, la presento en dos modalidades: primero está la trascendencia estructural, que es natural, en ella “el hombre es un ente único en el sentido de que supera ontológicamente a cualquier ente de la naturaleza. En él hay actividades que no se dan en cualquier otro ente, como amar, pensar, trabajar, progresar científica y técnicamente, orar, jugar, etcétera. (Sanabria José Rubén, Filosofía del hombre. Opu. Cit. p. 211).

La segunda modalidad de trascendencia es ontológica, ésta, es la que puede llamarse propiamente “autotrascendencia” porque “el hombre se trasciende a sí mismo, porque él al nacer es apenas una luz de posibilidades, su naturaleza humana – diríamos es una estructura óntica y está abierta a todos los horizontes. Es un dinamismo siempre en tensión hacia el futuro, es lo que no es, y no es lo que es; es un ser inacabable, por eso se puede decir, el hombre no es, está siendo, es constante devenir–Werden–que tiende a su plenitud”. (Ibidem, p. 211).

El hombre es autotrascendencia y él lo sabe; por un lado, como constitutivo fundamental del hombre, así como Martin Heidegger: “el Dasein: el hombre es proyecto –Entwurt– hacia un mundo de posibilidades. El hombre es poder ser –Sein Können– proyectado al futuro, porque en cuanto poder – ser, todavía no es. Entonces es hombre, es proyecto de ser”. (Ibidem. p. 212.) El ser del Dasein “no se debe concebir como una sustancia, sujeto o yo – a la manera de la ontología clásica, sino como algo que deviene, que existe realizándose como proceso de la temporalización”. (Idem). 

En Heidegger se habla de una autotrascendencia horizontal, pero también hay que afirmar la autotrascendencia vertical, así como en el personalismo cristiano y especialmente con Mauricio Blondel, donde el hombre se autotrasciende, dirigiendo las acciones siempre a lo más alto. Y cada que el hombre realiza un acto, después de ello quiere más, “Este querer primordial nos lanza a más y más – ningún ente nos satisface plenamente y nos revela que hay algo en nosotros. Incluso aunque no queramos, un elemento misterioso, que nos impulsa siempre y que nos niega la plena satisfacción en los entes finitos”. (Ibidem p. 215).

Aquí puede integrarse la trascendencia vertical y horizontal, pues “no hay contraposición entre trascendencia horizontal y vertical; al contrario, la trascendencia horizontal tiene realidad y sentido en la vertical. (Ibidem, p. 223). Por supuesto que mi ideal como hombre está en ser plenamente lo que soy. Pero, soy un existente y mi existencia exige un fundamento ontológico”. Por otro lado, también puede integrarse la trascendencia inmanente y la externa. En la primera, “el hombre se trasciende a sí mismo, perfeccionando sus capacidades, realizando su naturaleza humana”. (Idem). Mientras que la trascendencia externa, que implica también una interna, se perfecciona a sí mismo el hombre, se dirige hacia el fuera. “por ejemplo, un escultor al perfeccionar la materia haciéndola bella, se perfecciona a sí mismo, porque hay una dialéctica entre el adentro y el afuera del hombre. Por el hombre la materia – la naturaleza se eleva a cultura”. (Ibidem, p. 224).

En este sentido el hombre se autotrasciende, a través de la cultura, en las costumbres, las técnicas, los valores y en el arte. Pues la cultura manifiesta lo que es el hombre, “puesto que lo revela espíritu encarnado, libre inteligente, histórico y autotrescendente”. (Sanabria José Rubén, “Hacia una ontología de la persona”. Opu. Cit. p. 321). Si la ontología parte de un ser que es dinámico, que es luz y misterio y como la persona es el ente en el cual el ser se hace acción deliberada, por lo tanto, la persona tiene que trascenderse, porque ella, “se realiza en el horizonte infinito del ser –unidad, verdad, bondad–. Por eso necesita romper los estrechos límites de lo contingente –su esencia– y tender invitablemente a la plenitud, a lo absoluto y al absolutamente absoluto –Dios.

El hombre es una aventura peligrosa y difícil, “enriquecedora y definitiva, gozosa y plenificante, por eso en toda actividad humana hay una implícita aspiración al absoluto. De lo contrario la existencia humana sería totalmente absurda, un radical sin sentido”. (Ibidem p. 322). El hombre es la persona que sigue cultivando su identidad, pero sólo si cultiva su trascendencia, y la cultivará sólo “si conjuga simultáneamente y armónicamente–la reflexión, la libertad y la comunicación. Porque la persona es la exigencia radical del ser, la epifanía más luminosa del ser, la palabra más elocuente del ser y la melodía más bella del ser”. (Idem).

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