Perspectiva filosófica a través de san Agustín: acercamiento a su obra filosófica.
Por Juvenal Cruz Vega. Director de la Academia de Lenguas Clásicas Fray Alonso de la Veracruz
Noli foras ire, in te ipsum redi: in interiore homine habitat veritas (No vayas a fuera, regresa hacia ti mismo, porque en el interior del hombre habita la verdad). San Agustín. De vera religione. Cap. 39, n. 72.
El artículo que ahora presento en una exposición sucinta de la conferencia que dicté el 16 de abril de 2015 en la Facultad de Filosofía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Publico una parte y lo hago con mucha alegría para contribuir el entusiasmo entre los lectores de san Agustín. Dos aspectos trato en lo que sigue: Personalidad filosófica de san Agustín y Alocución. Apreciaciones del pensamiento agustiniano. Que disfruten este suculento banquete filosófico.
1). Personalidad filosófica de san Agustín
San Agustín es uno de los más grandes maestros de la historia de la humanidad, Es un hombre polifacético, completo, íntegro, visto desde varios géneros literarios: gramático, retórico, músico, abogado, historiador, filósofo, filólogo, lingüista, semiólogo, educador, teólogo y místico. Es un humanista en el sentido estricto de la palabra.
En la iglesia católica es uno de los más grandes pensadores, ascético y místico; es padre de la iglesia latina, doctor de la iglesia junto con otros tres: San Jerónimo, San Ambrosio y San Gregorio el Grande. Para muchos pensadores contemporáneos es el supino de la filosofía existencial. Pues lo han estudiado grandes autores, como: Maurcio Blondel, Louis Lavelle, Michele Federico Sciacca, Gabriel Marcel, Romano Guardini, Pedro Gasparotto, Alberto Caturelli, Agustín Basave Fernández del Valle, José Vasconcelos, Ramón Xirau, Victorino Girardi Stelin, Rubén Ávila, Manuel Rodríguez Franco, José Rubén Sanabria, entre otros. (Sobre este último, véase mi artículo: “Reflexiones en torno a la filosofía de José Rubén Sanabria”, en Revista de filosofía, Año XXXV, números 104-105, mayo-diciembre, 2002, pp. 199-223).
También para muchos es uno de los pilares de la antropología filosófica o filosofía del hombre. Uno de los aspectos más comentados en la filología histórica es el estilo de su latín, el cual corresponde al latín hablado y escrito de la edad tardía, al menos un siglo después del latín posclásico, hasta el final de la latinidad, esto es, el momento en que deja de hablarse latín, bien porque el latín ha evolucionado o está evolucionando en otra lengua.
Se trata pues, de una transformación progresista, muy relacionada con la fragmentación del imperio romano. Puesto que este hecho histórico afectó de manera desigual a los diferentes territorios, “el concepto final de la latinidad” no se aplica homogéneamente a todas las partes de la romania. El latín tardío, fuertemente marcado por su condición de producto escolar, presenta gran influencia de los modelos clásicos, pero también del latín vulgar y del latín cristiano.
Es en este periodo cuando san Jerónimo traduce la Biblia del hebreo y del griego al latín, también entre los siglos IV y VI se escriben las principales gramáticas latinas de la Antigüedad, la de Donato y la de Prisciano. Los autores literarios más representativos son Tertuliano, Claudiano, Ausonio, Lactancio, Amiano, Marcelino, Boecio, entre otros.
De estos grandes hombres y de esa época es san Agustín. Su latín es hermoso, rítmico, como dice el gran latinista español, el doctor José Guillén: “Su latín es un torrente de ideas. Tiene un estilo vigoroso, flexible, rítmico, admirable, unas veces por el colorido, por el relieve, por el ardor, por la gracia y por la delicadeza. Otras veces, abusa de vez en cuando de las construcciones simétricas y paralelas. Encuentra buena toda expresión que significa bien su pensamiento. (José Guillén, Estilística latina. Ed. Sígueme, Salamanca, 1970, p.12.).
San Agustín es un gran pensador, que no se cierra a la lectura de un solo autor, de una sola vertiente. Más aún, con su pensamiento ha penetrado en muchas vertientes de todos los tiempos. Supo integrar la sabiduría clásica con la sabiduría judeocristiana. Desde su adolescencia tuvo que acostumbrarse, pues en su familia conoció dos paradigmas opuestos de la conducta humana: la virtud por su madre Mónica y el vicio y el desorden por su padre Patricio. De su madre conoció la sabiduría existencial, las buenas amistades y su inquietud por la pregunta sobre la verdad. De su padre escuchaba obstáculos, superficialidades y asuntos de índole pragmática.
En san Agustín se pueden hallar influencias notables, desde su madre, su mujer (madre de Adeodato), sus maestros, sus primeros amigos (Macrovio y Rumaniano), maniqueísmo, hasta su llegada al cristianismo, principalmente san Pablo y san Ambrosio.
Sin duda, las influencias más cruciales llegan de: Pitágoras, Platón, Cicerón, Plotino, Marcial, Horacio, Séneca, las Sagradas Escrituras, san Pablo y san Ambrosio. Por ejemplo, se ve cristianizado y superado Pitágoras en la ciudad de Dios, cuando dice: Si Dios es sabiduría, entonces un verdadero filósofo es un enamorado de Dios. (Si sapientia Deus est, verus philosophus est amator Dei). (De Civitate Dei, libro VIII, Cap. I, BAC. Sobre Pitágoras véase “Vida de los filósofos más ilustres”, Diógenes Laercio, Libro I, 8, Porrúa, Colección Sepan Cuantos, número 427, México, 1998, p. 12.).
Pitágoras y san Agustín hablan de Dios. Pero el Dios de Pitágoras no es personalizado, mientras que el de Agustín lo es. De allí se puede extraer una filosofía del amor, porque “Si Dios es sabiduría, entonces un verdadero filósofo es un enamorado de Dios”. Sobre este tema, véase el libro de Pedro Gasparotto: (Guía de lectura de las Confesiones de san Agustín, Universidad Pontificia de México. México, 1994, pp. 168).
Un estudioso mexicano de san Agustín escribe a este respecto: “la filosofía de san Agustín se centra en el amor, de tal manera que filosofar es amar a Dios. Hoc est philosophari, amare Deum. (Antropología filosófica, José Rubén Sanabria, Porrúa, México, 2000, p. 42). Una de las nociones más hermosas de la filosofía sanabriana es de carácter existencial (Agustín, Sciacca, Marcel, Heidegger), “la filosofía es un saber. Pero no un saber por saber, sino un saber para vivir. Para saber vivir y para saber morir. La filosofía enseña a vivir como hombre cabal. Porque el hombre es demasiado grande para bastarse así mismo” (Introducción a la filosofía, Porrúa, 1976, p. 303). Otro especialista en san Agustín, es el italiano Pedro M. Gasparotto, se fija en la vida de los dos grandes pensadores: Pitágoras y Agustín, y ve en Agustín el tema del verdadero filósofo-verus phiosophus– el cual es el santo, el congruente, el hombre que vive o que piensa, lo que dice y lo que hace. De Gasparotto hay un hermoso apéndice sobre la amistad en los filósofos presocráticos, “Introducción a la cultura y a la filosofía de Grecia Antigua, UPM, México, 1993, 83-102. Y respecto a Pitágoras cito algunos pasajes: “Nunca Pitágoras fue visto en cosas venéreas, ni en embriagueces. Absteníase de burlas y de toda chanza, como son dichos y motejos pesados. Hallándose airado jamás castigaba a ningún esclavo o liberto. A la enseñanza mediante el ejemplo la llama cigüeñizar”, p. 89. Hay dos hermosas citas donde San Agustín valora la originalidad de Pitágoras: (De Civ. Dei, VIII, 1; De Civ. Dei. VIII, 2.).
El estilo de Marcial se ve repetidas veces en varias construcciones de san Agustín. Hay una sentencia que la tradición ha conservado a través de Agustín, y la cita es de Marcial: “Se dice el pecado, no el pecador”. En la teología de la Gracia, esta sentencia se usa como método para hacer conciencia del mal y del pecado.
Otro de los autores vivos en Agustín es Marco Tulio Cicerón, fue él quien lo convirtió del simple intelectualismo al humanismo, de malo a bueno. La lectura fue a través del Hortensio, una obra extraordinaria en sabiduría, que actualmente está perdida, pero en ese momento todavía predominaba entre los estudiosos de la literatura latina. San Agustín alude a esta obra en sus Confesiones Libro III, 1-5. Allí descubre el tema del amor y sucede el milagro de la conversión a la filosofía.
Todos los estudiosos de san Agustín han insistido en este punto cuando ven el interés de este autor en la necesidad de la filosofía. Así escribe el doctor Manuel Rodríguez Franco: “La lectura del Hortensio señala un punto capital y de arranque en el desarrollo del pensamiento del santo”. Con toda justicia debe ser considerado como el acontecimiento más importante y trascendental de su vida en ese periodo. Su influencia fue enorme y sin igual. El caso del obispo de Hipona recuerda el del pensamiento del padre Malenbranche cuando, después de la lectura del tratado sobre el hombre de Descartes, exclamó: “también yo soy filósofo, y comenzó a filosofar”. (Nota extraída de case sobre san Agustín, Academia de Lenguas Clásicas Fray Alonso de la Veracruz, Puebla, 16 de febrero de 2013); a su vez el autor citó lo siguiente: (nota explicativa número 20 sobre el texto del Libro III de Las confesiones, Obras completas; Tomo II, BAC; p. 155).
En varias obras de Agustín figuran pensamientos de Marco Tulio Cicerón. Nuestro filósofo supo adaptarlos a su obra. Veamos algunos: “Virtutis, magnitudinis animi, patientiae, fortitudinis dolorem mitigamus (Cic. Fin. 2, 29, 95). “Nosotros apaciguamos una pena con el consuelo de la virtud, de la magnimidad, de la resignación y de la fortaleza”. Natura collocavit in animo hominis semina virtutum (Cic. Tusc. 3, 1, 2). “La naturaleza colocó los principios de las virtudes en el alma del hombre”.
El encuentro de Agustín (382) con el cristianismo fue a través del obispo de Milán, san Ambrosio, quien era un excelente orador, un hombre bien hablado, culto, valiente, inteligente, honesto, sabio y santo; además era un gran predicador, tenía alegría, energía y ángel con la gente; igualmente era muy cercano al papa Dámaso I (366-384), era el obispo más escuchado del pueblo. Los autores que Ambrosio le comunicó fueron san Pablo y Plotino, dos autores que le dieron la temática principal de su reflexión: verdad, amor, libertad, interioridad.
La conversión de Agustín fue noticia imperial y un símbolo para Milán. Posiblemente movido por cuatro acontecimientos: el abandono de su mujer, la muerte de su hijo Adeodato, el testimonio de su madre Mónica y las predicaciones de san Ambrosio. En la historia han sido loables las palabras de mismo Agustín al respecto: “Te amé demasiado tarde, oh belleza ancestral, pero nueva para mí, demasiado tarde te amé”. (Confesiones X, 27). Véase toda la belleza del texto aludido en lengua latina. Sero te amavi, pulchritudo tam antiqua et tam nova, sero te amavi! Et ecce intus eras et ego foris, et ibi te quaerebam et in ista formosa, quae fecisti, deformis irruebam. Mecum eras, et tecum non eram. Ea me tenebant longe a te, quae si in te non essent, non essent. Vocavisti et clamasti et rupisti surditatem meam, coruscasti, splenduisti et fugasti caecitatem meam, fraglasti, et duxi spiritum et anhelo tibi, gustavi et esurio et sitio, tetigisti me, et exarsi in pacem tuam. (Tarde te amé, oh belleza tan antigua y tan nueva, demasiado tarde te amé. He aquí que tú estabas dentro y yo estaba afuera, y allí te buscaba, y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo. Aquellas cosas me mantenían lejos de ti, las cuales, si no estuvieran en ti, no existirían. Llamaste y exclamaste, y rompiste mi sordera. Alumbraste, resplandeciste y ahuyentaste mi ceguera. Exhalaste tu perfume, respiré tu espíritu, y suspiro por ti, gusté de ti, y siento hambre y sed de ti, me tocaste y ardí en tu paz).
Poco a poco se va apreciando en san Agustín su interés por la interioridad, pues la verdad no se encuentra fuera de ella, como lo dirá en De vera religione, “Noli foras ire, in te ipsum redi: in interiore homine habitat veritas”. (De vera religione, cap. 39, número 72).
En las Confesiones hace inmortal la fuente sobre la meditación de la verdad: “mis pasos me llevaron a lo profundo del infierno, impulsados por mi falta de respeto a la verdad, estuve buscando a Dios en los ojos de los hombres. Y no a través de entendimiento de la mente que nos fue dada para distinguirnos de las bestias, pero Él estaba más adentro de mí que mis propias entrañas, y más alto de lo que yo pudiera alcanzar”. (Esta idea puede verse en todo el Libro X. Los primeros capítulos hasta el 27 y 29 insiste en la interioridad, la miseria y la misericordia; y en los capítulos 30-43 se pueden apreciar las tentaciones actuales de san Agustín. En los capítulos 40-43 descubre a Dios como la verdad de todas las cosas. Cristo como hombre es el mediador entre Dios y el hombre.
Así, pues, con san Agustín se puede fortalecer la antropología filosófica con cuatro temas fundamentales de su estudio: autoconocimiento, autodeterminación, comunicación y realización; y sobre todo, porque Agustín es una de las figuras más completas y edificantes inacabables en el momento en que va a hundirse el mundo antiguo para iluminar con su sabiduría anhelante de Dios, la ruta secular del cristianismo y el espíritu de Occidente. En él brillan todavía los resplandores de la filosofía clásica, pues su profundo espíritu y sus potentosos conocimientos le permitieron toda clase de honduras especulativas. Pero lo esencial en su pensamiento es la actitud de arrebato cristiano, en la que alcanza posiciones intelectuales que muy pocos lograrán establecer. En este doble aspecto, Agustín encarna y realiza la síntesis de aquella época. Pero además puede decirse que su filosofía representa la evolución de su alma, sujeta primero a los desgarrones de fuerzas dispares y antagónicas, y vinculada más tarde a la inefable captura del amor divino. (Toda esta idea puede verse en dos artículos de José Rubén Sanabria ¿Existencialismo en San Agustín? En Revista Ábside, Año XVI. No. 3. México 1952, pp. 291-204; ¿Existencialismo en San Agustín? En Revista Sapientia, Año IX, No. 32. México, 1954, pp. 103-111).
San Agustín es un pensador siempre actual y sin duda alguna, es el filósofo contemporáneo de todos los tiempos, que vivió y pensó como si fuera de nuestro siglo. Si estudiamos la postmodernidad como una actitud y no como una época, entonces la postmodernidad ha estado en todos los tiempos, tal como lo había expresado san Agustín: “mala tempora, laboriosa tempora dicunt hoc homines, nos sumus tempora, quales sumus, talia sunt tempora” (Malos tiempos, tiempos difíciles, dicen estas cosas los hombre, nosotros somos los tiempos, como somos nosotros, así son los tiempos). (Citado por José Rubén Sanabria, “ética y postmodernidad”, en Revista de Filosofía, Año XXVI, núm. 80, UIA, México, 1994, p. 96).
Desde el punto de vista literario san Agustín tiene una multifacética temática. Los asuntos más importantes giran en torno al amor, el tiempo, el conocimiento, la interioridad, el alma, el hombre, Dios, el ser, el actuar, el bien, el mal, la muerte, la libertad y más.
En cada fragmento de su obra abordó el tema del hombre interior, trató de buscarse a sí mismo, de vivir dentro de sí, de penetrar en las reconditeces de su espíritu, y en el interior de sí mismo encontró la verdad, encontró a Dios. Al encontrar la verdad se encontró a sí mismo y vio, que él como hombre, era un enigma y un abismo: “Qué hombre es cada hombre como ser hombre. Yo mismo resulté para mí un gran enigma, porque abismo grande es el hombre”. (Conf. 4, C.1.n°1; C.4.n°9).
Hay un hermoso pensamiento de José Rubén Sanabria que viene a iluminar nuestro texto: “En el genial africano hay páginas bellísimas de auténtico sabor existencialista. San Agustín vivió estas agonías, que luego le fue dado superar triunfalmente dejándonos así su eterna lección! En él hallamos cuanto pueda haber de auténticamente humano y profundo en el existencialismo-método, como actitud filosófica”. (¿Existencialismo en San Agustín? Opu. Cit, p. 295).
La personalidad de san Agustín crece de menor a mayor grado: estudia, dialoga, enseña, administra, predica, gobierna, juzga, crítica, reflexiona, medita, reprime, fomenta, propaga, arraiga y, sobre todo, polemiza. Ante los golpes de su vigorosa inteligencia se derriban los muros del cisma donatista y se desploman los errores de Pelagio y Celestio, los cuales negaban el poder sobrenatural de la gracia. A mayor abundamiento, muestra en sus Confesiones el camino para llegar a la verdad, y en su Ciudad de Dios, la disposición de los sucesos históricos por obra de la providencia.
2). Alocución. Apreciaciones del pensamiento agustiniano
Sin duda, uno de los pensamientos más citados de san Agustín es el siguiente. “Nos hiciste para ti, Señor, e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti”. (Quia fecisti nos ad te et inquietum est cor nostrum, donec requiescat in te). Confes. I, I,1-5.
El día 28 de agosto del año 430 después de Cristo murió san Agustín, uno de los más grandes pensadores y maestros del amor, de la misericordia y de la soledad. Dado que vivió 76 años, la tradición cristiana lo ha llamado el patrono de los abuelos, junto con san Joaquín. Más por su sabiduría y por su experiencia en el amor que por todo el aporte de su múltiple perspectiva.
El pensamiento que más ha figurado en los libros de filosofía, teología, axiología y pedagogía, cuando se habla de san Agustín, trata sobre el amor y de las diversas manifestaciones de su encuentro con Dios, del siguiente modo: “Tarde te amé, oh belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé”. (Confesiones X, 27).
La conversión de san Agustín, sin duda, fue un testimonio transcendental para muchos de su época y lo ha sido para los años posteriores. Personalmente me ha conmovido más por el símbolo que representa su personalidad a través de los siglos. Su conversión le vino por el dolor, debido a la pérdida de su amada mujer, la muerte de su hijo Adeodato, la desilusión que su mamá tuvo de él, el fracaso como académico y la desilusión que vio en su trabajo como orador de la corte imperial, y su testimonio entre los maniqueos.
Pero también por el lado positivo, debido al amor auténtico, que lo conoció a través de las epístolas de san Pablo, las homilías de san Ambrosio y el ejemplar testimonio de su madre, santa Mónica. San Agustín es una de las figuras más completas y edificantes. Se levanta con sus dimensiones inacabables en el momento en que va a hundirse el mundo antiguo para iluminar con su sabiduría anhelante de Dios, la ruta secular del cristianismo y el espíritu del mundo actual.
En él brillan todavía los resplandores del pensamiento clásico, pues su profundo espíritu y sus potentosos conocimientos le permitieron toda clase de honduras especulativas. Pero lo esencial en su pensamiento es la actitud de arrebato de lo más íntimo del hombre, encarna y realiza la síntesis de todas las épocas. Es el ejemplo del mayor intelectual que se sujeta primero a los desgarrones de fuerzas dispares y antagónicas, y vinculado a la inefable captura del amor de Dios, a la que todo hombre intelectual y soberbio de todos los tiempos le huye en los momentos fuertes de su vida, pero que en el culmen de la misma todo es posible, y se debe, al amor infinito de Dios, puesto en el corazón del hombre.
Finalmente comparto este pensamiento que he venido difundiendo a la luz de la inspiración agustiniana y que es el impulso y el corazón de toda actividad humana: «El amor perdura y refugia en la adversidad, da orden y prudencia en la prosperidad, es fuerte ante el sufrimiento, se regocija de las buenas obras, está libre de tentación, es generoso en la hospitalidad, alegre entre los amigos, paciente con los descreídos, es el espíritu de los libros sagrados, la virtud de la profecía, la salvación de todos los misterios, es la fuerza del conocimiento, la bondad de la fe, es riqueza para los pobres, vida para los moribundos, el amor lo es todo”.